29 de julio de 2013

Proximidad

Proximidad es la palabra que cuadra mejor: el resto son sentires.
Son las pausas de mi propia respiración para escuchar la tuya.
Son las inflexiones de tu voz, o son los ecos de ella que siguen resonando.
La tensión suave de mis cabellos esperando tus manos. El aleteo de colibrí de mis pestañas casi presagiando que regresa el recuerdo de tu rostro tan cerca del mío en ese instante que precede al beso (Y no un beso corriente y sumatorio, sino aquel beso detenido, cuidadoso, delicado como besaría el Principito a su rosa). Parpadeo, y el presagio se cumple como cada día y noche, como cada vez. Y regresas cada vez acaso más corpóreo, más real mientras el tiempo sigue andando.
Definitivamente, Proximidad es la palabra. Dolorosa y extraña proximidad. Dolorosa per se, y extraña porque en el universo de los bles -tangible, mesurable, inconmovible y otros- sigues como siempre has seguido, a kilómetros luz, luces y millas de vuelo de aquí.

Construcciones y bases

Cuando expreso mi opinión en un marco de respeto al prójimo, estoy construyendo.
Cuando me salgo de ese respeto por el otro, estoy destruyendo.
Cuando además de escribir pienso y leo, estoy construyendo.
Cuando no me interesa más que "gritar" con las palabras para que se "oiga" mi voz escrita, estoy destruyendo.
Cuando respeto por y con honor el sufrimiento de mi prójimo, y decido escribir de esa manera públicamente, estoy construyendo.
Cuando uso el dolor de mi prójimo como disparador para opiniones basadas en especulaciones, estoy destruyendo.
Cuando puedo sentar precedentes en la sociedad al escribir desde un corazón honesto y respetuoso, estoy construyendo.
Cuando uso a mis prójimos como carne de cañón de mis escritos, estoy destruyendo.

Si tuviese el sentir de Shakespeare para recrear miradas tristes y vívidos amores, si tuviese el brío de Saramago para desarmar y armar firmes osadías, si tuviese la brillantez de Borges para sobrepasar y abrumar el pensamiento del que me lee,
Y no tengo amor,
Nada soy.

Esperas

Esperaba el comienzo.

Esperaba.

El sonido del reloj que le había parecido casi musical, ahora
se le volvía molesto. Inadecuado, exasperante.
Las hojas de los meses en el calendario eran arrancadas ya
descuidadamente. Los vidrios de las ventanas se cubrían de tierra de gotas
secas.
Esperaba.

A veces en las noches se peinaba el cabello antes de irse a
dormir, y se miraba a los ojos en el espejo. En silencio observaba sus propias
marcas de la espera, los pequeños surcos al costado de los ojos, debajo de
ellos. Las marcas de expresión en las mejillas. Cada tanto al verse, ensayaba
sonrisas y mohines por un momento, y luego se iba a la cama silenciosamente.
Conocía tan bien los sonidos de los movimientos cotidianos,
que adivinaba cada día al vecino poniendo en marcha el coche para ir a
trabajar, a los niños del otro piso llegando de la escuela. A los del
departamento D discutiendo por las tardes. Conocía de memoria el crujido de sus
propios pisos bajo sus pies. El goteo suave de la canilla de la cocina que
ningún plomero pudo arreglar y el golpeteo de las persianas en las noches de
viento. Y esperaba.

Años atrás, al decidir la espera, gentes amigas venían a
visitarla con la amable intención de ayudarle a gratificar el tiempo. Ella les
recibía con té caliente, dulces y anécdotas de la adolescencia, con música de
esos años. El comedor se llenaba de risas y voces animadas. Al pasar el tiempo,
todo se fue volviendo monótono y repetitivo para ella, entonces ya el té se
enfriaba y las anécdotas tenían un dejo de queja. Poco a poco las gentes
dejaron de venir y ella dejó de desear que vengan. Y la ansiedad de la espera
luego se transformó en compás, luego en silencio, luego en parte del mobiliario
y las arrugas del rostro.
Durante la espera pasaron cuerpos y voces. Algunos dignos de
recordarse, decía, pero nadie digno de quedarse. Simplemente, ella había tomado
las riendas del asunto cada vez, y les había pedido que no regresen. En
ocasiones algo le había gustado de alguno de ellos, recordaba detalles de algunos,
recordaba la mirada insistente y azul de uno sin siquiera recordar su nombre
pero rápidamente se repetía para sí que no, que no era suficiente, que no
estaba a la altura de lo que ella aspiraba en la vida. Nunca ninguno fue lo
suficientemente atractivo, inteligente, apasionado, y seguía enumerando. Nunca
nadie estuvo a la altura. Y allí estaba ella, sola y silenciosa.

El tiempo siguió su curso.
  
La muerte no fue como en las películas, sino que se sucedió
lentamente y en silencio, entre los sonidos de sus pasos recorriendo los pisos
de madera. Una noche calurosa luego de peinar su cabello gris, se miró al
espejo largamente. Por primera vez en mucho tiempo, permitió que una lágrima
pequeña baje por su mejilla pálida. Con los ojos mojados, una vez más forzó una
mueca.
Tiempo después la encontraron tendida frente al espejo, con
los ojos cerrados. En su rostro aún se veía la huella sucia de una lágrima, y
una sonrisa en sus labios secos. La enterraron familiares desconocidos, y sin
tocar nada, pronto pusieron en alquiler el departamento.

El tiempo siguió su curso.

El inquilino pronto se acostumbró al silencio del lugar, y
aprendió a reconocer los sonidos habituales: los vecinos, los coches. El goteo
de la canilla de la cocina, el viento moviendo las persianas a veces. Todas las
tardes a las seis en punto cerraba las ventanas y encendía la luz del pasillo.
Y todas las noches antes de irse a dormir, se miraba en el mismo espejo nuboso
y recordaba. Recordaba las manos delgadas que él tanto había deseado, el cuerpo
breve, la mirada fría y distante de una mujer, la que siempre amó y nunca pudo
tener. La que le dijo finalmente que no insista más, que se vaya para siempre.
Lentamente y rodeado de recuerdos, el inquilino se iba a la habitación, a la
vieja cama que ahora era suya, y cada noche finalmente se dormía con una
lágrima recorriendo su mirada azul. Y esperaba.

Esperaba el final. 

27 de julio de 2013

Quesquesé? Será el insomnio.

He pecado (cantos gregorianos de fondo...) no... nada de eso. Lo que sí hice, en medio de mis acostumbrados zappings de tv., es ver y oir un poco a Francisco, digamos el papa Bergoglio, en Brasil, ante miles de jóvenes.
Mas allá de que frases del estilo de: "La iglesia no es una ONG", ya las venimos escuchado desde púlpitos evangélicos mucho antes, Bergoglio suena consistente. Digo "suena", y se consiste con lo que se ha visto de él antes de ser Francisco; el hombre ha caminado las calles, y se ha ensuciado los pies y la ropa unas cuantas veces cerca de gente necesitada, lejos de lo "famoso" que ya era aquí.
Qué puedo decir? Mas allá de todo, me sorprendió ver a Bergoglio, que ahora es tan famoso y tan importante para el pueblo católico, tan cerca de la realidad. Pensé en quienes hablan de Dios, y están demasiado lejos de la realidad de los más necesitados, o demasiado rodeados de staffs como para ver mas allá. Tan cerca del show bussiness, y tan lejos de los barrios. Tan cerca de la vida corporativa y los nombres como marcas registradas, y tan lejos de la pobreza de la vida y del corazón de quienes los siguen.
Tan cerca de las cámaras, de lo mega-requetemega, y tan lejos de la realidad.
O será el insomnio que me hace pensar estas cosas. Pero es mejor estar despierta. Mejor estar con el corazón despierto.

Vida nueva, mudanza.

Acabo de hacer una "mudanza" en este caso, de blog. Pero viene siendo el resultado de cambios vividos.
Mirando desde aquí, cambios para bien. Claro, si uno intenta detenerse en medio de la acción, no se ve si el cambio está siendo bueno, de hecho en el momentum no se ve mas allá de las nubes. Luego sí, pasan los días y el alma se aquieta... siempre y cuando uno haga el esfuerzo de desear aquietarse, dejarse amar... esas cosas.

Así que... recomenzando. Y es lo mejor que puede pasar, a todo nivel.
Ahí vamos, mi alma inquieta y yo. Gracias por leer, que es muy parecido a abrir un poquito el alma desde donde estemos.