9 de febrero de 2014

Mi Voz

Me gustaba oír mi voz. A solas, hablaba ensayando diferentes acentos, o lo que creía que se aproximaba a ellos. Cantaba escuchando las tonalidades, vibratos, falsetes de mi voz. Esperaba con ansias el momento de estar sola en la casa para silenciar la música y escucharme a mí misma al fin. Oía, reía. 
No recuerdo cuánto me duró ese deseo incontenible de saberme, de conocerme de esa manera, escuchándome. Deseo que además era soñar en voz alta, crear mundos sólo para mí, volar sobre cielos sólo míos. 

Serán los gentilicios del diccionario, serán las mediciones de los registros vocales, los mundos establecidos en los mapas, los cielos que ya poseen itinerarios de vuelo. Será el listado de "Significados de los Sueños" que exhiben los vendedores de loterías. Serán las realidades que hacen olvidar lo que soñaste. Será la nómina de lo posible, que debe tener una cláusula tácita que rezará algo como: "Lo imposible, efectivamente, es imposible". Será la suma de un poco o de todo esto, pero ahora no me gusta oír mi voz. 
O será que me suena ajena, desconocida. O desprotegida de sueños. 

Pero me atrevo a desear volver. Volver a buscarme, a reencontrarme y a desear que se oiga mi voz. A desear paisajes nuevos, a dejar de temer a lo desconocido, a lo por vivir; a desear volar sobre cielos abiertos. 
Luego de mucho tiempo, me quedo a solas conmigo, y apago la música. Y contengo la respiración un momento, al escuchar nada. Casi puedo creer que escucho los latidos de mi corazón. Respiro hondo, 

y abro mi boca